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Sobre las baldosas, tu catársis

Dos calcetines de invierno, deshilachados y roídos, cubriendo unas peludas patas humanas que se posicionan para atinar en el váter. Dos meneítos y torno en el eje sobre las baldosas de diseño, separadas por juntas de silicona mermada por las gotas que van cayendo del inodoro.

Estoy sólo frente al espejo y me pregunto quién coño anda ahí. Arqueo las cejas e intento abrir los ojos. Sonrío y me hago burla. Golpean dos veces la puerta del baño mientras me ducho. Una advertencia de que en unos minutos me echarán a patadas. Cabrón entre vaho, eco de las facturas de los días uno.

Tomo mis varias pastillas de cada mañana y poco más. ¿Me lavo los dientes? Ohm… luego, a ver primero si como algo, joder. Con la nalga fuera de la toalla cojo camino por el pasillo.

Ya en la cocina, blasfemo al encontrar la cafetera vacía. Largo recorrido y aun no cogí el punto al cono ese de papel, el filtro, ¿hasta dónde se llena? Pruebo suerte, me siento y leo algunas noticias de la prensa que me importan un carajo. Martilleo con el puño todo lo que encuentro y vuelvo a blasfemar. Esta vez los vecinos también se enteran de que se ha derramado el café por doquier. Y me tomo lo que ha quedado y me visto y blablablá.

Salgo de casa.

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En el ascensor me encuentro en otro reflejo y me pongo cara como de asquito. Que menos. Pobre imbécil, extraño que no sabe dónde está y que no sabe a dónde va. Y recuerdo de golpe que ayer te vi y que me preguntaste qué nos ocurrió para explotar como un volcán, cubriendo todo lo que construimos con ceniza.

Mira, no me acuerdo de tu nombre ni de tu rostro y el caos de esta situación me deja confuso y alarmado. De veras que intento no olvidar. También trato de concentrarme en que las personas que me rodean me sientan cercano. Pero no puedo. Me dan igual, es un problema que tengo, y es que no puedo. Y si no puedo, no puedo.

O sea, que no controlo lo que chochos pasa por mi cabeza. No puedo evitar escribir atrocidades. Os adoro, completos ajenos, pero no puedo si no atentar contra vosotros.

¿Y tienen estas palabras que ver conmigo? Incorrecto. ¿Y contigo? Incorrecto. Quizá sean la fábula de mis deseos. Una cosmovisión más renovadora. ¿De dónde provienen todas estas ideas? Todas las frases con las que creo “yos” alternativos, cargados de un sentido inherente, vivos, cuerdos, musicales… ¿de dónde vienen?

¿Son parte de mí? ¿Dónde está su origen?

“Éste es el relato más triste que nunca he oído. Empieza, como todos los verdaderos relatos, quién sabe dónde. Buscar el principio es como intentar descubrir las fuentes de un río. Se pasa usted varios meses remando contra la corriente, bajo un sol abrasador, entre altísimas murallas de jungla chorreante, con los mapas empapados de humedad desintegrándosele en las manos. Lo enloquecen a usted las falsas esperanzas, los malignos enjambres de insectos picadores, y las añagazas de la memoria, y lo único que saca en claro, al final—la última Thule de tan ridícula búsqueda—, es un humedal de la selva o, tratándose de un relato, una palabra o un gesto perfectamente desprovistos de sentido. Y, sin embargo, en algún lugar más o menos arbitrario del largo recorrido entre el humedal y el mar, el cartógrafo clava la aguja de su compás, y es ahí donde nace el Amazonas”.

Sam Savage, Firmin

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¿Y si no retrato nada sobre el especial cariño que nos tenemos en la cama, ni de nuestra manera única de hacer el amor, presentes constantes en mí? Si no lo hago, ¿soy yo?

¿Y si escribo sobre mi drogadicción favorita, célebre éxtasis de quien ama la vida? ¿O de mi pasión por las complicaciones? ¿O de las carreteras que no recorrimos?

Adoro a todas esas personitas de la calle y a sus minutas. Dosis de detallismo y humanidad, de andares y de preocupaciones del día a día. Eso es lo que pasa por mi cabeza. Y se conforma un embrollo de aventuras que dan pie a las pinceladas -a suerte- en los huecos que se rellenan con tales fluidos.

Tus historias me atraen, soy heroinómano de ellas y de dibujar tu mórbida vida sobre un lienzo. Pero tú, ser concreto, Fulanita de tal, Menganito de cual, me importas un bledo. Como individuo, digo. Creo.

Y eso sí que tiene que ver conmigo. Traduzco vuestras destartaladas palabras en textos totalmente ilegibles, porque eso soy yo. Retoco la realidad a mi antojo surrealista. Veo con precisión vanguardista vuestros anhelos, lo que escondéis. No lo puedo evitar.

Se trata de tramas encriptadas con un parámetro oculto en mi cabeza, perdido en un laberinto. Mil interpretaciones válidas y nunca nadie la verdad. Podemos hacer las paces, pero nunca me quitarás ese morbo, exclusividad de Odín que decide el verbo del sujeto. Soy las valkirias recogiendo vuestros restos.

Descubre tu creatividad

Hago brillar la mierda porque no me resigno a vivir en tu ciudad.

Eso es poder. Y no se manifiesta en la superficie ni en los latiguillos de cada “e” que dibuja el color de tus ojos sobre el tapiz, ni en los párrafos que terminan sin que me haya declarado. Ni en la miel que dejo en tu cuello cuando vomito besos.

Todo mío, nada de mí.

Aunque si se desmenuzan las palabras con coraje e intenso empeño, detrás de cada resignada afirmación, aparecerá una última muestra de esperanza por el corazón blanco del mundo, tuyo, y de Carlota: la prima puta de Sabina. Y de su perro salchicha.

Porque, en realidad, vivo en paz.

Porque, en realidad, soy tuyo.

Un pretencioso.

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