Andie Macdowell (i) y Hugh Grant (d) en una escena de la película "Cuatro bodas y un funeral"

Porque sí, porque hablo de amor

O al menos de la clase de amor que tus tiernos abuelos nunca entenderían. Octogenarios presas del desengaño de lo que se puede admirar sin querer, de lo que se puede querer sin tocar. De lo que se puede tocar sin ser amado. Son otros tiempos y los buenos no volverán, nunca, hay que aceptarlo.

Sufrimos porque prevalece una subcultura transhumanizada en huesos rotos y contratos proforma. Personas leídas con más fe en una Política de Cookies que en una declaración de intenciones. El amor a destajo, presa de lo frívolo. Estáis acabados, todos, venid conmigo a matar la moral, si queda algo.

Pero yo amo a Ella, adoro hasta el más oscuro vestigio de su corazón y comprendo hasta lo más terrible de sí. Con mirar esa fuente de luz adivino cosas que le intrigarían. Y no se trata de un abuso, no se trata de una pura curiosidad. Son muchos años y la fe me delata. O al menos para mí mismo.

_MG_2703Lo digo así por ser quien mejor guarda la identidad del círculo. Soy un noctámbulo, pero también soy un soñador. Y por eso mi mente viaja con frecuencia a lugares que no quiero ni pensar. Porque romperían con los esquemas sociales, con multitud de amigos, pero no me importa.

Porque, ¿qué son los amigos? Compañeros, al uso. Y llevas dos vidas, y yo lo sé. La que quisieras llevar y llevas, y otra que no quisieras llevar y te gusta esconder, sin embargo. Eres una explosión controlada, y sólo palpito por ver dónde acaba tu caos. Eres infinita, y sólo calculo los días que te quedarían para perder el control.

Eres perfecta conmigo, pero tiendes a la superficialidad convenida por lo habitual, tictac de la rutina, siembra del malestar. Y no te apetece ir a esas fiestas, y no quieres vanagloriar con tu perfecta silueta tantas noches de fama, ni perjudicarme con tu indiferencia. Pero la clase es así, naciste en la cara buena, y ahora quizá el problema no sea una cosa sólo tuya, también mía.

Tengo que aceptar ciertos estigmas y dejar fuera de mi vida, de mi puta vida, a la bebida. Y al tabaco. Porque el ritmo que a mí me toca poco tiene que ver con noches de lujuria. Con indecorosas tempestades de estampas que resaltan lo putrefacto. Amistades que te enaltecen, que se inventan palabras como estas y consiguen que bailes.

El viejo murió, vivió 90 años, y siempre tuvo fe en crear contigo algo de madera, que pieza a pieza se emerge y fleta a la mar, para sangrar y volver a sangrar, para vivir. Una ruta más larga que la noche sola, una revolución de amor que perduraría por los siglos, por las democracias y naciones, y muchos años más. Y muchos más bailes… De  los bailes que bailas…

Pero el barco se hundió, y las aguas inundaron sus pulmones en una agonía solitaria. Y el viejo dio descanso a su búsqueda, en un castillo de popa, pecio en el fondo del mar.

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