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De hombres faunos

En la coyuntura y contra la coyuntura. Así explico mi azaroso comportamiento de los últimos días. He seleccionado la opción “random” en mi conciencia y me he dejado guiar, con una asombrosa parsimonia y una fácilmente corruptible moral, en contra del paradigma de mi allegada generación.

De copas rotas y camisas coloreadas con los carmines más putrefactos y putiferios. De eso estoy hablando. De sonrisas y “Te quieros” desteñidos dentro de unos ojos profundos, indescriptiblemente profundos y que huelen a puta malicia o a malicia de puta.

Obra de Darío Ortiz
Obra de Darío Ortiz Robledo

Así, sin querer comerlo, me he infiltrado en el fluir de los dientes castañeantes y “no lo recuerdo” que más se repiten “when the sun comes down”. He visto cosas que no creeríais y que merecéis saber, por vuestra protección.

Me estoy coronando como un verdadero artífice y sembrador de odio, demoniacas pasiones y rostros de tarado, que se van definiendo claramente entre los veinte-pocos y los veintitantos. Anoche, sin ir más lejos, mmm… no me acuerdo. Y este es precisamente el punto más relevante de mi querida juventud. ¿Dónde están las consecuencias? ¿Dónde están todos esos niños no deseados de antaño, que con cinco añitos sabían más química y calle que Pete Dogherty? ¿Dónde? Las mujeres de mi calaña pasan de un punto a otro de la sala, de una boca una a una boca dos, regalando, prometiendo, perfumando: todos contentos. Y a la mañana siguiente: ¡mejores hijas!, ¡mejores estudiantes! Son las lobas del siglo XXI: intocables, indestructibles.

¿De qué forma consigue uno librarse de esto? Con un puñetazo en la mesa. Lo primero que hay que saber es que un hombre sin cuernos es como un jardín sin flores. ¿No han espolvoreado suficiente crispación en tus templados nervios aun? Si no fue hoy, vuelva usted mañana. Ocurrirá, venado amigo.

Middelaldererotik, B¿gerMientras, otros nos levantamos airosos, gritamos y aclamamos pancartas bajo el lema “Aquí, putéame a mí”, ó “Hombre fácilmente corneable”. Sí, somos la gente honrada, los que moriremos igual de solos y desnudos que los demás, pero con una destacable cara de “WTF?” ó “¿pero qué cojones?”.

Hasta hace poco, amigos venados, estaba convencido de que la bondad era arma inmiscible, condición indispensable para pasar por esta vida de la forma más perfecta: patraña. Nos han taladrado frases como “la otra mejilla” o “lo primero es el perdón”, y mi favorita: “dar la vida a los demás”. Estos mismos, los que en esto creemos (creía) somos los que llegamos al final del camino con heridas, llorando y maldiciendo al altísimo.

Nos han atornillado ideas que no son, y seguirlas es lo peor que podemos hacer por nosotros mismos. Seguirlas nos constituye en una endeble marioneta del vulgo errante. ¡Fuerza y honor! ¡Luchemos contra esta idiosincrasia de crueles intenciones! Seamos esclavos de la indiferencia y plenamente conscientes de la importancia de imprimir orgullo en las decisiones cotidianas. Despreocupémonos.

No ser bueno. Así, y a modo de experiencia empírica, de estudio sociológico, me acecho a los grupos tirititeros, que flamantes chinchinean y rebozan sus camisas unos contra otros; me incluyo en su modus operandi, me revisto de seda y gala y comienzo una vida de travesuras y desdeñadas satisfacciones, lujurias inefables y subidones testosteroníticos.

Amigos venados, pienso vivir la vida de una forma bestia, por vosotros, por nosotros, por todos.

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